Relato: Soldar en fusión
A continuación mostramos o inicio dun relato aportado polo noso socio Dani.
Na súa idea inicial, Dani invítanos a continua-la historia, que nesta primeira parte conta coa introducción. Deste xeito, fáltalle o nú e o desenlace.
Invitámosvos a participar na creación deste relato!!
Soldar en fusión
“Soldar en fusión, no dejar electrodo. Dejar junta limpia para acople” Las instrucciones asociadas al módulo estándar de montaje estaban claras pero…
-¿Cómo coño pretenden que suelde con fusión y no deje electrodo?
-No sé, pregúntale al Barbas. O suéldalo en termo, total, el que escribió eso no creo que sepa distinguir la fusión de silicio de un pegote de pegamento.
-Ya, pero va a cantar el trazador de calidad y luego me voy a comer un mojón.
-Pues por mí como si te la machacas y lo pegas con lo que salga. Pero dale vida que para mañana tiene que estar listo.
-¡Joder! pues culpa mía no es. Voy a junto el Barbas y que me diga.
-Te va a decir que lo sueldes en termo.
-Pues que me diga lo que le salga del culo, pero que me lo diga él, que para eso cobra.
Las obras de montaje de los nuevos astilleros eran colosales. Siete hangares gemelos de 300 operarios trabajando en turnos de 8 horas procesando toneladas de metal, silicio, carbono y carne humana para construir, en menos de un año, unas instalaciones capaces de fabricar, albergar y reparar hasta 300 cazas, 20 cruceros de batalla y 50 de naves de apoyo con todo su personal asociado. Laboratorio, estación de observación y control de espacio profundo, cuatro cañones de iones y potencia de fuego suficiente para reventar el planeta en torno al que orbitaban al menos una docena de veces.
Y entre todo ese mogollón ahí estaba Mohamed Rodríguez Wen, Moro para los amigos, buscando al encargado de turno, con su pantalla de instrucciones en la mano como un gilipollas, por culpa de que un idiota en diseño había asociado unas instrucciones contradictorias al módulo de climatización y criogénesis de una nave de ciencia e inteligencia que él tenía que ensamblar.
Atravesó el largo pasillo de almacenaje y lo encontró donde esperaba, en la sala de recepción de material. Un enorme espacio lleno de estanterías abarrotadas, humo, metal y ferralla. Como todo en aquella maldita estación.
Estaba en ese momento haciéndole saber a un pipiolo recién llegado lo inútil que era por no haber nacido con ningún conocimiento sobre el transporte y almacenaje de los tubos de refuerzo estructural de unión rápida con acople dentado.
Moro sonrió entonces para sí por primera vez en todo el día. Recordó cuando se incorporó al cuerpo de metalurgia y construcción C.M.C hace ya tres años y medio, y cómo aquel cabrón barbado le había echado la misma bronca en su segundo día. Le hizo gracia además ver la imagen y pensar que hacían los dos buena pareja; con el estropajo que tenía uno en la cara podía limpiarle la paella de granos que tenía el otro.
Pensó también en cuento tiempo llevaría el Barbas trabajando ahí, todos le recordaban de encargado desde siempre. Calculó que con la cantidad de gases de soldadura que debía de haber inhalado ese fulano a lo largo de su vida, la única razón por la que seguía vivo era que su cuerpo los procesaba de alguna manera especial, a esas alturas, en vez de pelos debía de tener electrodos en los huevos.
Ese pensamiento sí que le hizo gracia, así que cuando el encargado terminó con el novato, giró la cara y le vio sin hacer nada y riéndose solo en medio del pasillo pensó que no había esperado a terminar el turno para meterse su ración diaria de drogas de sedación y descanso, infracción penada con una semana de trabajo con suspensión de sueldo.
-Identificador de control, operario. Le preguntó entonces sin emoción, dispuesto a abrir el procedimiento sancionador estándar.
-No me jodas, Barbas, que sabes de sobra quien soy. ¿Qué hago con esto?
Moro le pasó entonces a su visor aquella orden contradictoria que le había hecho perder casi media hora de trabajo y había retrasado toda la línea de producción. No tenía que explicarle nada, sabía de sobra a qué se refería, y no le gustaba. Contradecir una orden de diseño implicaba tomar decisiones, asumir responsabilidades y, además, saltarse el protocolo. Él no estaba autorizado a eso, sólo era el encargado de turno, pero consultarlo a niveles superiores llevaría un tiempo que no tenía.
Así que decidió tirar de recursos. Un operario le había transmitido una duda legítima por mensaje, y eso quedaba registrado, debía responderle también por mensaje de manera profesional, aunque no tuviese ni maldita idea de la respuesta correcta. Luego ya podría cagarse en sus muertos en persona. “Te paso una foto de cómo tiene que quedar, así está en otras instalaciones similares, por lo demás, sigue las instrucciones indicadas”
Tampoco hizo falta que le explicase a nuestro héroe nada más. Llevaba con él el suficiente tiempo como para saber que eso significaba exactamente: “Cómete tú esa mierda, que yo ya me como bastante”.
Volvió a su trabajo de soldadura, hizo la chapuza y terminó su turno, ocho horas de monótono trabajo a baja gravedad enfundado en un traje especial y respirando gases enlatados para poder llegar, con el deber cumplido, a su módulo de descanso individualizado y recibir su dosis de CAO (cannabinoides alucinógenos y opiacios), mezclados de la forma adecuada para no ser demasiado nocivos, pero dejar el cuerpo relajado y la mente blandita, algo así como cuando te olvidas la mantequilla fuera de la nevera pero tampoco llega a derretirse del todo.
Bueno, pensó tirado en su unidad de descanso cuando notó que la sensación de relajación muscular y bienestar inducida por el CAO se apoderaba de su cuerpo: momento del porno.
Una de las cosas buenas de trabajar en la CMC, además de las drogas, era la pantalla de operaciones que incluía el casco de trabajo. Era de lo mejorcito que había a nivel calidad de imagen, visión integral y sensación de realidad total. En teoría era para poder analizar detalles constructivos, escáneres de materiales, análisis de planos, imágenes y demás movidas, en la práctica, era para ver pornografía. Claro que cuando te lo entregaban junto con tu módulo de soldadura estaba con el acceso restringido a su uso profesional. Pero cualquier informático de tres al cuarto de la estación podía piratearlo para abrir el acceso total a la red de datos R.d. y todo el mundo lo consideraba un derecho básico de los trabajadores.
Preparado para su inmersión en una realidad mejor, se puso su casco y activó el visor. Tenía una notificación arriba a la derecha de su campo de visión, un mensaje sin leer. Pensó en abrirlo, el casco interpretó sus conexiones neuronales junto con sus movimientos aculares y la notificación se desplegó…¡joder! la puta foto que le había mandado el Barbas. Ni siquiera la había abierto en el trabajo.
Una junta metálica en primer plano, abajo a la izquierda. En la superficie de algún planeta rojizo y polvoriento, ahí no se ve una mierda la soldadura que lleva, pensó. Alguna plataforma minera en algún metal ferroso. Al fondo, muy al fondo, en el plano medio a la derecha, una pared rocosa, natural, labrada por el viento. Llena de orificios, cuevas creo que se llaman. Negras, contrastando con la roca roja, decenas de ellas, como puertas, ventanas dentro de la roca, en una de ellas hay algo, sí, voy a hacer zoom, era imposible verlo, pero ahí había algo, un casco, un visor, se gira, me ve. Pero si es una foto fija… ¿Pero qué coño?
Volvió a hacer zoom sobre el agujero negro en la roca rojiza y ahí estaba otra vez, esta vez de cuerpo entero, con su uniforme de infiltración y su rifle de precisión miraba hacia la planicie infinita, roja y desierta mientras en su casco se reflejaba el sol poniente en el horizonte de aquel desierto de polvo y roca…
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